miércoles, 26 de diciembre de 2012

Miranda de I Douro y su íntima historia


Desde unos kilómetros al oeste de la ciudad de Zamora, el emblemático río Duero se enclava entre montañas por decenas de kilómetros siendo la raya entre España y Portugal. 

Por todos estos kilómetros hasta que el Duero se interna definitivamente en su camino portugués que le llevará hasta Oporto, este gran río nos deja a los paisanos y a los visitantes una naturaleza majestuosa, un paraje de colinas. Que se ve quebrado al medio por los Arribes del Duero, un gran y zigzageante cañón por el cual fluyen las aguas del Duero, notablemente aumentadas en caudal por la afluencia del igualmente simbólico río Esla.

En estos kilómetros tenemos a ambos lados naturaleza e historia emblemática. En esta ocasión, al igual que en el caso anterior viendo las lindes del Esla, nos detendremos en el lado portugués: en Miranda do Douro. Esta ciudad guarda en su historia un patrimonio inigualable, inigualable por la sublime individualidad que posee.

Nos referimos por su puesto a la cultura Mirandesa, que ha visto cómo en el último siglo ha pasado de ser una “cosa de pueblerinos” para ser una cuestión de intelectos también. En el mejor campo que se puede apreciar este revivir de las tradiciones mirandesas es: en su música, sus tradiciones y sobre todo en su lengua propia.

Esa lengua es llamada “mirandés”. Actualmente es hablada en la Tierra de Miranda (noreste de Portugal) por algo más de 12.000 habitantes. Sin embargo su relativa escasez de hablantes no impide para nada un orgullo colectivo por todo su patrimonio; bien sea la música o la gastronomía, o bien su “fala mirandesa”. Para cualquier español es muy agradable encontrar una tierra así, donde la cultura pertenece a su pueblo y no a los acechadores en la política.

Además, el enclave geográfico en que se halla Miranda do Douro, o dicho en mirandés, Miranda de l Douro; es igualmente notable. En una curva del Duero a través de los Arribes, donde se admira el paso del agua a través de unas paredes de roca viva coronadas por bosques de árboles bajos. 

Caminar a la vera de los arribes, dejando a un lado el bosque y al otro una caída de decenas de metros (incluso cientos en algunos tramos) es una actividad que debemos recomendar, no sólo en su vertiente desestresante, sino en su vertiente de conocer las maravillas que nos rodean. No siendo en absoluto necesario hacer cientos o miles de kilómetros para estar en el “paraíso”, sino que tenemos abundantes y cuantiosos paraísos a nuestro alrededor, esperando ser redescubiertos por cada generación.