martes, 14 de febrero de 2012

CELE-Federación Norte: Visita al Castro celta de Arrabalde




La militancia del CELE, siempre activa, estuvo recientemente visitando los restos de un antiguo castro de origen celta situado en la localidad zamorana de Arrabales y que forma parte de un importante conjunto arqueológico. Es el poblado celta más importante de la antigua región de la Asturica Cismontana, conquistado por los romanos en el siglo I a.c tras un siglo de tenaz resistencia. A continuación os adjuntamos la crónica de la visita:

A la aventura del pasado celta.


En estos tiempos modernos, es muy común la práctica del olvido… muy común, pero no un hábito unánime. Por ello, los militantes del CELE, preparamos y realizamos en la semana pasada una marcha de montaña, con un aliciente más, aparte del aliciente de conocer y viajar a través de parajes vivamente naturales. El aliciente al que nos referimos es la propia historia que sacudió España hace más de dos milenios.

En aquel entonces, la presión romana sobre las tribus celtas era cada vez mayor y más cerrada. Los habitantes celtas decidieron colocarse en lo alto de montañas, colinas o cerros, desde donde divisar y controlar el entorno, además de facilitar la defensa de su poblado frente a cualquier eventualidad hostil. Recordado esto, y dicho a todos los militantes allí presentes, nos dirigimos a visitar el castro de las labradas, junto al pueblo de Arrabalde en la provincia de Zamora.

Aquí fue hallado hace unas tres décadas, de la forma en que se encuentras las genialidades; esto es, por pura casualidad. Y que buen día de casualidad, en que abriendo un cortafuegos encontraron el llamado tesoro de arrabalde, compuesto de diversa orfebrería celta: Collares, pulseras, brazaletes, pendientes, y adornos diversos realizados en oro y plata, con más de 2000 años de antigüedad. Con tal descubrimiento, una parte más del pasado Español fue descubierta, y ahora puede apreciarse en el Museo de Zamora.

Con toda esta presentación, no cabía otra disposición, que la de llegar preparados, para desembarcar en Arrabalde, y tomar el camino a través de la sierra de las Carpurias para llegar hasta lo alto, donde se encuentra el castro celta. El día no podía ser mejor, que siendo febrero, el sol lucía como en verano y no había viento en la zona, como así lo atestiguan todos los artefactos eólicos, inertes en aquel momento.

Marcando un buen ritmo de paso para ascender algo más de 220 sobre el pueblo de Arrabalde, fuimos subiendo metro a metro de la colina hasta llegar a la peña la pipa (tal como la definieron algunos amables habitantes de arrabalde que nos aconsejaron sobre como subir hasta el castro). Poco a poco, según alcanzábamos más altura, más nos maravillábamos de las encantadoras vistas que podíamos disfrutar. Un extenso valle entre las provincias de Zamora y León, un rincón natural inmejorable, con algunas lagunas esparcidas por el campo… pero había que continuar y continuar, la cumbre nos esperaba.

Un gran castro de los astures, una historia entremezclada en la lucha y resistencia contra la progresiva y persistente invasión romana, en un paisaje que hacía aún más épico el recuerdo de las guerras del ayer. Y a cada paso hacia la cumbre, más se podía percibir el carácter obstinadamente natural y difícil para lograr llegar al castro. Parecía un lugar tan bien preparado para una defensa que no daba muestras de ser natural sino de construcción humana. Un serpenteante camino entre el bosque, piedras de dudosa estabilidad, y una gran peña vigilando nuestro subir desde lo alto…

En menos tiempo del que habíamos pensado, aproximadamente 45 minutos de subida, dando paradas para contemplar todo el valle que se encontraba tras de nosotros, maravillarse de nuevo con un paisaje que no se puede disfrutar desde las ciudades, donde la jungla de hormigón y asfalto, apenas deja espacio para la naturaleza más vital.

Cuando llegamos al final de la subida, no pudimos evitar por menos, escalar la gran peña la pipa, para poder tener una visión aún más espléndida del paraje que se abría a nuestro alrededor. No hay fotos posibles que puedan captar la vistosidad tan magnífica de este lugar. Desde luego, cabe a imaginaciones, cuando el castro se hallaba en su pleno desarrollo, tratar de imaginar que podían pensar sus habitantes sobre la suerte de vivir en tan sublime paisaje.

Actualmente, por desgracia… poco queda de aquel castro. Han sido reconstruidos algunos tramos de murallas y una entrada, también queda lo que fue un pozo, donde almacenar agua para abastecer a sus habitantes, además, queda también los restos de una ermita, de hace unos 400 años.

Por pura casualidad, cuando nos hallábamos en el centro del gran paraje del castro, el viento se puso en marcha, y con él se movían los molinos eólicos puestos por toda la sierra de las carpurias. Entonces, el agradable día pareció ensombrecerse, demostrando porqué aún es invierno, y cuáles son sus manifestaciones. Desde luego, el frio helador de las noches, y la falta de lluvias dejaba un paisaje más bien de tonos amarillos y grises. Aun así, las encinas y los pinos, mantenían como no podía ser de otra forma, su hoja perenne de tonos verdosos.

Lamentablemente, todo llega a su fin, y tras cortas horas por lo absorbente de las mismas, tuvimos que dejar de caminar y explorar el alto de la montaña, para tomar el camino que nos llevó hasta allí, pero en sentido de bajada. En este momento, pudimos divisar y advertir de mejor forma si cabe, el pago que a la subida íbamos viendo en cada parada… paso a paso, dejábamos atrás el castro, y volvíamos al pueblo, pero con una sensación diferente, una calma difícilmente respirable en las abultadas ciudades; que en estos pueblos es algo tan habitual como el salir y marchar del sol.

Como no podía ni puede ser de otra forma, este viaje sólo será el primero de muchos, que nos llevará a conocer la intrincada naturaleza y la historia que esconde.