El pasado sábado 6 de febrero un grupo de militantes del CELE se
desplazaron a la pequeña localidad pirenaica de Bielsa, situada en
un estrecho valle de la comarca del Sobrarbe, en la
provincia de Huesca, en el área que comprende los Pirineos
occidentales de Aragón.
El motivo de la visita fue presenciar uno de los actos centrales
dentro del programa de fiestas del Carnaval de Bielsa, que entraña
muchas particularidades y cuyos orígenes se remontan a un pasado
remoto, casi inmemorial, que se pierde en la noche de los tiempos.
Situado en la fachada del Ayuntamiento, enganchado a una de las
ventanas centrales del consistorio, nos recibe al entrar en la plaza principal del
pueblo un muñeco de trapo conocido como Cornelio Zorrilla, que viene
a simbolizar el carnaval, y que presidiendo la plaza le espera como
destino final la tortura y ser pasto de las llamas con el cierre de
la festividad, para purgar las culpas que arrastra.
Gentes procedentes de todo el valle, de los distintos pueblos que lo
integran, del propio pueblo y de otros lugares más o menos
distantes, incluyendo a visitantes de la vecina Francia, cuya
frontera se encuentra a escasos kilómetros del lugar, comienzan a
llenar la plaza hasta hacerla intransitable. Los medios de
comunicación locales, prensa y televisión también permanecen a la espera del inicio del evento. No es hasta las 16:30 de la tarde, con la multitud
congregada en la plaza, cuando hace acto de presencia una charanga,
con los músicos vestidos de arlequines, que comienzan a animar la
fiesta con su particular música.
Al cabo de unos minutos, vemos aparecer desde las distintas calles y
callejuelas que desembocan en la plaza del pueblo, a una serie de
personajes con las caras pintadas de negro y un atuendo muy
particular, con cuernos, pieles y cencerros que agitan continuamente
al tiempo que asustan a las mujeres, contra las que se frotan de
forma insinuante, en lo que parece ser una reminiscencia de un
antiguo culto a la fertilidad vinculado a los orígenes del carnaval belsetano. Se trata de los trangas, y son
interpretados por los hombres solteros del pueblo. También llevan
unos palos llamados “trancas” con los que atizan al
muñeco de trapo, a Cornelio Zorrilla. Este espectáculo dura unos
minutos, y en el transcurso de este tiempo otros personajes
variopintos aparecen por la plaza: desde los onsos, que son un par
de mozos disfrazados con pieles y un saco de hierba seca sobre la
espalda, que son golpeados con dureza por los domadores o el caballé,
que son unos personajes que simulan ir montados sobre caballos. Otros
personajes fundamentales dentro de esta escenografía son las madamas, que son las jóvenes del
pueblo, entre 16 y 25 años, que esperan con unos vestidos blancos,
con algunos colores vivos a modo de adorno, guirnaldas y lazos, que esperan en la puerta
de sus casas a ser recogidas por los trangas para participar en el baile posterior. El color blanco es otro
elemento relacionado con la pureza y la virginidad, y por tanto con
la fertilidad.
Este carnaval es todo un símbolo y una muestra de lo enraizadas que
están determinadas costumbres , folclore y celebraciones en los
Pirineos, regiones que durante siglos se mantuvieron intactas en la
conservación de sus tradiciones y legados ancestrales, los cuales
deben ser protegidos y perpetuados en lo sucesivo como parte de la
riqueza de los distintos pueblos y regiones que integran España.